"Sin embargo, os aseguro que os conviene que me vaya, porque si no me voy, el Consolador no vendrá a vosotros; pero si me voy, os lo enviaré" -Juan 16:7.
Hemos imaginado que la presencia corporal de Cristo nos haría dichosos y nos conferiría innumerables dones; pero según nuestro texto, la presencia del Espíritu Santo obrando en la iglesia es más necesaria para la misma. Si se piensa por un momento, la presencia física de Cristo en la tierra, por muy buena que sea para la iglesia, implicaría en nuestra condición actual muchos inconvenientes que se evitan con su presencia por medio del Espíritu Santo. Cristo, siendo verdaderamente hombre, debe, en cuanto a su condición de hombre, habitar en un lugar determinado. Así, para llegar a Cristo, sería necesario que viajáramos a su lugar de residencia. Imagina que todos los habitantes del mundo tuvieran que viajar desde los confines de la tierra para visitar al Señor Jesucristo en la ciudad de Jerusalén. Aunque todos podrían hacer el viaje con alegría, pero como no todos podrían vivir en un lugar donde pudieran ver a Cristo todas las mañanas, tendrían que contentarse con verle de vez en cuando. Pero el Espíritu Santo mora en todas partes, y si queremos aplicar al Espíritu Santo, no tenemos necesidad de movernos ni un centímetro. Jesucristo podría estar presente en una sola congregación del mundo, pero el Espíritu Santo está en todas partes.
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